Por su parte, la impericia (o la mala fe) de los jefes políticos de la Policia Antidisturbios no se ve tanto en las instrucciones que ésta recibe –que también– como en la desmesura de poner un uniformado por cada cuatro manifestantes... y en la interpretación desequilibrada de lo que está pasando. Y esto es posible porque hacerse político es la mejor forma que tiene un español de alcanzar una posición acorde con su valía o más allá, lo que suma un elemento más a una peligrosa secuencia de disparates.
Así las cosas, lo que ocurrió esta semana en Madrid se explica fácilmente (y sin falta de echar la vista atrás a un tiempo que no volverá): es la suma de los bajos perfiles de quienes mandan y quienes obedecen.
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